¿Y qué pasa en los momentos en que sucede lo opuesto? Cuando
conecto con sentimientos que no son agradables, por ejemplo, la tristeza, la
rabia, la frustración, la impotencia…
¿Se me hace intolerable y pienso que la vida ya no me sonríe
y no fluyo con ella?
¿En esos momentos, cómo es me diálogo interno? ¿Qué me digo?
Por lo general el lenguaje que hemos aprendido para
comunicarnos está cargado de culpa, miedo, vergüenza. Es decir, sería normal
que a mí mismo me hiciera reproches, me juzgara y me exigiera otro comportamiento.
¿Qué pasaría si dejara por unos momentos esos pensamientos
obsesivos, que generalmente están alimentados por antiguas creencias?
¿Qué pasaría si en esos momentos en que me siento enfadado,
frustrado o impotente, me detengo, respiro profundamente y me tomo unos minutos
para observar lo que me estoy diciendo y vuelvo a observar la resonancia que
tiene en mí y como se manifiesta en mi cuerpo, en mi respiración?
Quizá una de las cosas que descubra es que no soy “perfecto”
y que no es necesario tener todo bajo control. Soy un ser humano, por lo tanto,
un ser que siente, y esos sentimientos pueden ser agradables o desagradables, y
tanto unos como otros son los que me conectan a la vida y gracias a ellos estoy
vivo.
Por ejemplo, cuando estoy enfadado, parece que fuera urgente
salir de ese estado lo antes posible, no quiero y no permito que ese
sentimiento se exprese.
¿Qué pasa si le doy su tiempo, lo reconozco, le hago un
lugar, y acompaño a esa parte de mí que está inquieta?
Seguramente ahí hay algo vivo en mí que necesita ser
escuchado y también necesita el espacio para expresarse.
Detrás de ese sentimiento, hay una necesidad que está
pidiendo a gritos ser escuchada.
Así pues, primero reconozco, acepto y acojo esa parte de mí
que está enfadada y le hago un lugar para poder escuchar su necesidad.
Y si, por ejemplo, me doy cuenta que esa parte tiene la
necesidad de escucha y de comprensión, posiblemente me venga un suspiro
acompañado de un wow… que bueno… que alivio darme cuenta de la necesidad de esa
parte mía en ese momento y a partir de ahí darle esa escucha y comprensión o
pedirle a alguien de confianza, si puede escucharme.
Y vaya alivio darme cuenta que no soy perfecto, ni
autosuficiente y que a veces necesito de los demás y que no tengo que realizar
todo solo y me puedo permitir ir al encuentro del otro.
Y sin esperar que una persona concreta colabore en
satisfacer esa necesidad, porque si esa persona por la razón que sea en ese
momento no está disponible, acudo a otra.
Cuando entramos en este proceso, también es importante
observar desde donde lo hacemos, si actuamos desde el agradecimiento o desde la
exigencia.
Y como decía Rumi,
“Más allá del bien y del mal, hay un lugar
Nos vemos allí”
D.CH.
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