Nuestra experiencia en la vida está llena de momentos agradables, menos agradables, desagradables y hasta puede que traumáticos; estas vivencias -y lo que en su momento llegamos a sentir- han quedado grabadas en nuestro cuerpo.
Si queremos transformar
esa impronta temprana y seguir avanzando, convendría recuperar el contacto con
las zonas del cuerpo más tensas e inmóviles que nos impiden participar del
movimiento de la vida.
Como dice B. Hansmann, a
través de la respiración obtenemos acceso a las huellas que han dejado en
nuestro cuerpo emociones no resueltas del pasado.
Mediante la espiración
ofrecemos a esas zonas densas un apoyo y un centro de gravedad, desde el cual
empezar a liberarse.
Al espirar, nuestro peso
descansa hacia el eje central del cuerpo y hacia el suelo. Aunque sintamos
tensión que no sabemos soltar, podemos acompañar a la parte tensa hacia el
suelo, ofreciéndole la posibilidad de apoyo.
Según Hansmann, al
orientar nuestra atención a sentir el suelo por debajo de los pies, nos da un
punto fijo desde donde orientarnos en todas las demás direcciones, también
hacia nuestro interior. La inspiración aporta energía y expansión.
Entonces, la expansión de la próxima inspiración puede nacer en ese lugar, en el interior del cuerpo que no acaba de poder recibir el apoyo del suelo, porque la tensión lo mantiene en suspenso.
Entonces, la expansión de la próxima inspiración puede nacer en ese lugar, en el interior del cuerpo que no acaba de poder recibir el apoyo del suelo, porque la tensión lo mantiene en suspenso.
Aunque no sea más que un
movimiento levísimo, el hecho de que la inspiración llegue a ese lugar, que se
había quedado inmovilizado por la tensión, abre una vía para que pueda volver a
participar de los movimientos de la vida.
A medida que sentimos como
el aire entra y sale de nuestro organismo y cómo cambia su forma respecto a las
bases firmes en que se apoya, llegamos a experimentar de forma directa e íntima
la relación que existe con nuestro entorno.
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